Wednesday Poem

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Federico’s Ghost
Martín Espada

The story is
that whole families of fruitpickers
still crept between the furrows
of the field at dusk,
when for reasons of whisky or whatever
the cropduster plane sprayed anyway,
floating a pesticide drizzle
over the pickers,
who thrashed like dark birds
in a glistening white net,
except for Federico,
a skinny boy who stood apart
in his own green row,
and, knowing the pilot
would not understand in Spanish
that he was the son of a whore,
instead jerked his arm
and thrust an obscene finger.

The pilot understood.
He circled the plane and sprayed again,
watching a fine gauze of poison
drift over the brown bodies
that cowered and scurried on the ground,
and aiming for Federico,
leaving the skin beneath his shirt
wet and blistered,
but still pumping his finger at the sky.

After Federico died,
rumors at the labor camp
told of tomatoes picked and smashed at night,
growers muttering of vandal children
or communists in camp,
first threatening to call immigration,
then promising every Sunday off
if only the smashing of tomatoes would stop.

Still tomatoes were picked and squashed
in the dark,
and the old women in the camp
said it was Federico,
laboring after sundown
to cool the burns on his arms,
flinging tomatoes
at the cropduster
that hummed like a mosquito
lost in his ear,
and kept his soul awake.

translastion: Camillo Pérez-Bustillo & Author
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El Fantasma de Federico
Martín Espada

Cuentan que
familias enteras de peones
aún se arrastraban entre los surcos
de los campos al anochecer,
cuando al raíz de whiskey o lo que sea
el avión regador roció de todas maneras,
sobre los que piscaban,
retorciéndose como pájaros oscuros
en una blanca red reluciente,
todos menos Federico,
un flaco joven de pie aparte
en su propio surco verde,
que a sabiendas de que el piloto
no comprendería en español
lo que era un hijo de puta,
sacudió su brazo
y lo embistió con un dedazo obsceno.

El piloto comprendió.
Hizo girar el avión y regó de nuevo,
mirando la fina gasa de veneno
esparcerse por encima de los cuerpos morenos
que se refugiaron y arrastraron por el suelo,
y haciéndole blanco a Federico,
dejándole la piel mojada y ampollada
por debajo de la camisa,
aún embistiendo su dedo hacia el cielo.

Después de que murió Federico,
los chismes en la campamento de trabajo
hablaban de tomates piscados y aplastados de noche,
terrantenientes murmullando de niños vádalos
o communistas infiltrados,
primero amenazando con llamar a la Migra,
después promentiendo domingos sin trabajos
a cambio de que dejaran de machacar los tomates.

Pero los tomates seguían siendo piscados y aplastados
en la oscuridad,
y las acianas del campamento
decían que era Federico,
trabajando después del anochecer
para calmar las quemaduras en sus brazos,
lazándole tomates
al avión regador
que zumbaba como un mosquito
perdido en su oído,
mantaniendo su alma despierta.